Si Gabriel Poveda Ramos escribiera un guión sobre la historia patria, solo catorce de todos los presidentes serían los buenos de la película. Siete tendrían el papel de villanos y los demás serían extras que poco o nada le aportaron a Colombia.
Si hubiera sido cantante sería un fracaso de la música carrilera porque, aunque su corazón es una máquina de vapor y el ferrocarril aún circula por sus venas, su voz es un susurro que a duras penas se escucha. Si fuera un hombre de letras echaría un cuento profundo sobre el río Magdalena; a las plantas industriales les dedicaría una novela electrizante, y como poeta, habría declamado en prosa los números reales e imaginarios, y en verso, la tabla periódica.
Si fuera actor sería un superhéroe singular que resuelve todos los problemas y ecuaciones diferenciales. Hubiera coleccionado cálculos de haber sido médico cirujano. Si fuera pintor tendría una galería de cuadros sinópticos y mapas conceptuales. Y si hubiera sido político... ahí termina esta lista de casos hipotéticos que este ingeniero, matemático, historiador y estadístico tachó de sus probabilidades cuando confirmó desde niño que nació para ciencias más puras y naturales.
Entre 1950 y 2007 trabajó con universidades, industrias, organismos del Estado y entidades internacionales. Aconsejó gobiernos, escribió currículos y publicó libros de historia, investigaciones científicas, artículos matemáticos, estudios económicos y columnas de opinión.
Inventario de recuerdos
Su memoria se inauguró en un atardecer cundinamarqués de 1933. Apenas tenía dos años cuando notó que de repente el sol se ponía el traje rojizo del ocaso, un trío de nevados escoltaba el cielo, el silbato de un ferrocarril se perdía en el aire y, desde el balcón de un hotel que lindaba con el valle del río Magdalena, contemplaba los buquecitos de vapor que también quedaron pintados en este primer recuerdo de vida.
A partir de entonces tomó conciencia de sí mismo y cayó en la cuenta de que ese paisaje inconmensurable lo rodeaba gracias a las uñas enterradas que le arrancaron a su madre en la capital y que guardaban reposo en la posada de una estación del ferrocarril nacional.
Lo poco que sucedió antes de ese instante se lo reconstruyeron sus padres, Pío y Josefina. Le contaron que los pies de la mamá se infectaron en Purificación, el pueblito tolimense sin luz ni alcantarillas donde el papá era el alcalde. Que antes de llegar al Tolima, Gabriel montó por primera vez en barco y en tren cuando lo empacaron en una canastica de mimbre durante varios días al emigrar de Antioquia por la crisis mundial de los años 30.
Y que gracias al gobierno de Enrique Olaya Herrera, sus padres se conocieron en la aldea cuyas aguas rumoraban sones en los cauces de un valle del oriente. De Medellín llegó a Sonsón como el ingeniero civil y en el intento de construir una carretera hasta La Dorada, Josefina Ramos lo descarriló de amor. El resto de su historia nadie tuvo que contárselo, de 79 tiene 77 años de recuerdos.
Por eso desde muy temprano intuyó que su misión era servirles a sus padres; luego que la enseñanza de las ciencias sería un imperativo categórico; que formar una familia inmejorable, una obligación moral; y que ser un hombre intachable sería su verdad irrefutable.
La cosecha de fechas
Antes de cumplir los cinco años ya sabía quién era Alfonso López Pumarejo porque fue quien nombró a su padre Jefe de carreteras del Tolima. Y mientras don Pío levantaba una vía que salía de Armero, el niño Poveda se adentraba en los avatares mundiales y locales.
Cuando en España comenzaba la Guerra Civil, en Ibagué reparó que los campesinos que iban a las huelgas contra latifundistas regresaban a bordo de ataúdes. Años más tarde, mientras aprendía los números enteros en el colegio, un tal Franco fraccionaba la democracia en la Madre Patria y le enseñaba aquel sabor ácido que traía una dictadura. En 1941, cuando los japoneses bombardearon Hawai varios kilómetros a la redonda, descubría cómo multiplicar al cuadrado y sacar la raíz cúbica.
Las bombas atómicas que cayeron sobre el Japón al finalizar la Segunda Guerra Mundial lo motivaron a estudiar la teoría del átomo, la física del núcleo y la relatividad especial. Cuando en Colombia estalló el Bogotazo, la abuela paisa brincaba del susto cuando explotaban sus primeros experimentos en el laboratorio que fundó en casa.
En la mitad del siglo pasado, mientras el jovencito Poveda ya hacía planos de embalses e hidroeléctricas, los cálculos de un puente sobre el río Magdalena y era el pionero de la educación a distancia cuando recibió de la Universidad de California el título en Electrotecnia, su padre hacía parte de la lista negra de los liberales que debían perderse del mapa. Los Chulavitas le destruyeron la volqueta, las retroexcavadoras y el patrimonio de toda su vida de ingeniero.
En el mismo año en que un ingeniero civil hacía el único golpe de Estado que hubo en Colombia, su tesis de grado pegó duro en la Facultad de Ingeniería Química y fue la primera laureada en la historia de Medellín.
Antes de recibir el diploma de ingeniero químico en la Universidad Pontificia Bolivariana, el de electricista de la Universidad del Valle y el del primer Magíster del país en Matemáticas Aplicadas de la Escuela de Minas, ocupó el primer puesto en la Escuela Militar de Cadetes, donde no prosperó porque, como se lo dijo un maestro, "Poveda no tiene vocación militar porque no es capaz de matar".
Y aunque cambió el uniforme, las armas y el campo de batalla por la regla, la escuadra y el aula de clase, nunca perdió esa disciplina de los hombres de acero oxidable durante 57 años de trabajo: "La vida en sí es un servicio a la sociedad y no a sí mismo".
El partero de la industria
Nunca olvidó que en una plataforma rodante sobre rieles de Neiva, movida por un motor de gasolina, don Pío le reveló el secreto de las locomotoras de vapor y le enseñó la fórmula para construir el último tramo de una carrilera. Era la misma época en que comenzaron a deslumbrarlo la nevera doméstica, la lavadora de rola, la estufa eléctrica, la máquina de coser y la hermana de Misael Pastrana.
-Los que no conocieron a Misael antes del accidente aéreo de 1938 no notaron que tenía algo en el rostro que siempre parecía una sonrisa -describe Gabriel Poveda mientras señala una mejilla- era la cicatriz que le dejaron tantas cirugías plásticas y por eso siempre parecía alegre, lo cual le sirvió mucho en política.
Aunque no todos los mandatarios fueron a un desfile militar de acrobacias aéreas donde un avión por poco les cae encima, para Gabriel Poveda la sonrisa del político casi siempre es postiza. Por eso cuando Belisario Betancur le propuso ser el gobernador del departamento de sus ancestros pijaos, presagió ese ambiente turbio y rechazó la oferta. -En el Tolima son iguales de lagartos que aquí en Antioquia-.
Tampoco tenía con qué. Lo rápido que era para los números, lo era de lento para las palabras. -No sé vender ni un bizcochuelo a la salida de una escuela- reconoce el señor que diseñó un catálogo de industrias viables por crear en Colombia de las cuales nacieron 30 y sobreviven 28.
La fuerza que hacía para sacar de la quiebra a las fábricas no la gastaba en sacar su voz lenta, débil y quebrada. -Cuando me esfuerzo por ser locuaz no soy capaz- confiesa el que fuera profesor invitado en Buenos Aires, Lima, Sao Pablo, Brasilia, Ciudad de México, Washington, Ginebra, Varsovia y Lodz (Polonia).
La facilidad con que solucionaba problemas matemáticos era la misma que tenía para perder la defensa de sus propias causas. -Yo no convenzo a nadie- asegura el padre de la Universidad Tecnológica de Pereira y el cofundador de Colciencias.
Y en vez de sacar pecho con donaire cuando recibe un homenaje más, agacha la cabeza con bochorno y se encoge de hombros achantado.
-La mayoría cree que uno es un bobo-.
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